La pinza 

En esta tarde de sábado en la que lo único que me apetece es vaguear en el sofá con el mando a distancia en la mano y entornar un párpado después del otro, me pongo a pensar en las distintas clases de personas que conozco. Las hay de todo tipo y condición. Están las más tímidas y retraídas que se sonrojan al más simple piropo. Reconozco que no es mi caso. Después están esas otras para quienes la vida debe ser fundamentalmente paz y sosiego… Para morirse de aburrimiento… Aquellas que se pirran por una juerga, que les encanta reír y encaran la vida como una eterna bacanal… Está bien, aunque de todo se harta uno… Personas mejores, peores, más sosas, más simpáticas, generosas o cutres, altruistas o egoístas, extrovertidas o introvertidas… En fin, hay de todo. Pero fundamentalmente distinguimos entre aquellas más racionales que aplican el sentido común en cada caso  y las que se dejan llevar por sus pasiones, no controlan ni un ápice sus emociones y viven en continuo desasosiego.

Pero además están aquellas de andares lentos, que conservan la serenidad, que parece que nada les perturbe pero a la vez son sensibles y amables, que pueden con todo, profesionales y educadas y que suelen provocar  admiración y envidia por donde pasan.

Pero… Ay Dios qué pena !!! A veces, a  estas personas dulces y tiernas, sofisticadas y educadas, de movimientos rítmicos y coordinados, de sonrisa crónica y  mirada soñadora y condescendiente, se les va la pinza, dejan de andar con paso lento y sosegado y, llegado el caso,  hasta se quitan el zapato y tienen una visión mística partiéndotelo en la cabeza, mientras que en vivo y en directo te llaman gilipollas en tu cara sin ningún reparo.

Quizás con estas últimas sea con las que más me identifico. Porque hay ocasiones en las que una palabra, comportamiento o actitud desencadenan que toda la comprensión y control de las emociones se vayan al traste… Y en ese preciso instante deja de importarles todo. Están ellos y su pinza. Pinza que les ha oprimido en el pecho demasiado tiempo y que revienta por fin dejando salir por su boca todo aquello que parecía que jamás habían siquiera pensado. Estas personas «pinza rota» son las más valientes y arriesgadas, porque les da igual perder dinero, amistad, posición o condición. Todo al carajo!!! Nadie las imagina, ni las ven venir… Pero no hay problema, porque cuando se calman, vuelven a sonreír, a su andar pausado y su mirada cómplice, abrochan la pinza, guardan el zapato y… hasta la próxima… Que el Señor nos pille confesados…

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