Rudyard Kipling, en modo condicional y tono paternal, nos reta en su poema “Si”, ejemplo del estoicismo victoriano, a encontrarnos con el éxito y el fracaso y tratar a estos dos impostores de la misma manera. Difícil, sin duda, ya que los humanos tendemos a dejarnos llevar por la soberbia o la miseria, a sentirnos imbuidos de gloria ante cualquier éxito, por nimio que sea,o a llorar nuestra desgracia ante la derrota. A apropiarnos los méritos del primero y a achacar a otro las culpas de lasegunda. El éxito tiene muchos padres, mientras que el fracaso es huérfano. Sin embargo, uno y otro son fugaces, mudables, como un frío intermitente.
Lo interesante es comprobar quiénes, a menudo quién, de cuantos te rodean, aparecen en ambos escenariosy no olvidarlo. Porque no es extraño que los que aplauden en las maduras se ausenten en las duras para correr de nuevo a posicionarse cuando la rueda de la fortuna vuelvea girar a tu favor. Y tú, que ya vienes de vuelta, te preguntas si, en esa alternancia de suertes, alguien realmente te vio, y no sólo miró. Éxito y fracaso son efímeros. Bebedizos que aturden los sentidos y nublan la grandeza verdadera, esa sublime y perdurable que nada tiene que ver con la apariencia o la suerte: la belleza del alma.