La bombilla 

Me encantan esas películas antiguas, en blanco y negro, en las que una tenía claro desde el principio quién era el malo, con su rostro un tanto desagradable, formas maleducadas y corte de mafioso  y quién el bueno, ese hombre educado, guapo hasta decir basta, caballeroso y noble. Aquel que reunía todas las cualidades habidas y por haber y que, por alguna argucia del destino, acostumbraba a ser rico. Con las mujeres, lo que ocurría en estas películas es que solían ser buenas casi todas ellas. Y de haber alguna mala, más que mala era promiscua, interesada,  una buscona de tres al cuarto… Pero sobre todo las pintaban torpes, muy torpes, más que nada comparadas con el bueno, y si me apuran, también con el malo, y acababan enamoradas del bueno y maltratadas por el malo. A veces hasta morían arrepentidas dando su vida por el bueno y guapo de turno. Y las buenas , dónde estaban? En el altar con un maravilloso anillo, con  los ojos en blanco de puro amor, irradiando destellos de felicidad.

 En  fin, todo eso es ficción y además de la de antes, pero me sirve para comparar con este mundo, infame a veces, donde nada está tan claro, nada es blanco ni negro. Y nadie mejor que yo para hablar de ese maravilloso gris plata… Los malos se camuflan cual camaleones y no los ves siquiera pasar por tu lado jodiéndote todo el rato. Los buenos no lo son tanto, y, de serlo, no acostumbran a tener esa elegancia innata, esa belleza varonil, esa caballerosidad y, mucho menos, esa cuenta corriente. Y eso no ocurre solo en el plano romántico… Qué va !!! Si así fuera, podría soportarse. Lo normal es que nos rodeemos de personas, amigos ellos, que nos prometen lealtad, que nos sonríen encantados y nos escupen, llenos de simpatía, lo maravillosos que lucimos. Y no tenemos claro si estos lapos son sinceros o no, porque a la hora de la verdad, nada es tan nítido como en las películas y, a veces, estos amigos son de los buenos pero otras nos salen rana y nos amargan la vida con su más profundo egoísmo, nos sacan el dinero y las entrañas  y nos venden al mejor postor. En estos casos, lo peor de todo es que nos han hecho perder un maravilloso tiempo. Porque el tiempo es el bien más preciado. Si no os lo dan, tened por seguro que no le importáis a esa persona. Porque en esta vida se puede comprar casi todo, y más ahora que contamos con eBay y otras plataformas de internet, todo  menos el tiempo. El que no te dan, lo has perdido. El tiempo es un bien escaso y limitado y por más que le miremos el culo, no lleva escrita su fecha de caducidad, ni siquiera un puto consumo preferente.

Así que cuidado con quien lo perdemos. No hay cartel de «cuidado con el perro». Puede ser una amiga o un amigo, alguien que ves venir de frente, o, por el contrario, alguien dulce y de apariencia frágil, alguien que te adula hasta el extremo y dice querer aprender de ti. Todo es sospechoso… Y sin embargo, donde menos te lo esperes, cuando ya no te crees nada, una persona  te regala una sonrisa maravillosa, lo deja todo para después y te da lo que más valor tiene: su tiempo; para que le llores, le cantes o le cuentes. Y se enciende una luz en tus ojos.

Así que esa claridad de buenos y malos no es tal en el mundo de la no ficción. Cuesta enterarse, de manera que, normalmente, pasada cierta edad, vivimos en una permanente sucesión de decepciones y desconfianzas que nos estrella contra la tierra apenas acabados de rozar levemente el cielo.

Aprendemos, claro que sí. Nos reponemos,naturalmente. Nos levantamos de nuevo cada día mientras nos quede un soplo de vida, deseando volver a confiar.

Pero algo perdemos: esa luz con la que nacemos y que poco a poco se apaga  y nos deja una nueva arruga, una nueva cana…

Así que, amigos míos, no sucumbáis ante la adversidad, no os rindáis. Quizás, cuando alguien nos falle, cuando la decepción más amarga nos desgarre el corazón, no nos quede más solución que esforzarnos por brillar de nuevo, aunque para ello lo más práctico y fácil no sea otra cosa que cambiar de bombilla .

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