En meneando los labios 

He leído un estudio que revela que las mujeres que se duermen tarde, son desordenadas y dicen groserías son más inteligentes. A priori esto me vuelve loca de contenta porque según estos parámetros debo estar rozando la sobredotación intelectual. La mesa de mi despacho es un caos y vergüenza da confesar aquí el perpetuo desorden de mis cajones. Cada viernes me propongo, y así lo digo a mis amigos, arreglar armarios, pero llega la noche del domingo y no he conseguido  convencerme de la utilidad de tanto orden… También me propongo descansar yéndome a la cama a una hora decente y prudente, pero es que la noche tiene ese algo mágico que me permite pensar, sentir, escribir y poner lavadoras con una claridad que no encuentro al alba… Y  en cuanto a las groserías, bueno, no quisiera yo que fuera así, porque si lo pienso, no me gustan y tampoco es que  vaya regalándolas por ahí… Y claro, una quiere ser delicada y serena, fina en el trato, coherente y civilizada, pensar bien las cosas antes de decirlas y ante todo, mantener la compostura y no perder las formas. Pero es que a veces no hay que pensar tanto, sino vivir con toda la pasión y la magia que los genes nos hayan regalado.  Así que, cuando termino de pensar y razonar todo ello y compruebo que me han fastidiado, fallado, mentido, utilizado o traicionado, abro la boca y mil sapos y culebras salen por ella como si huyeran del infierno… Y además, como me acuesto tarde y soy desordenada, las diré o escribiré sin medir el espacio ni el tiempo, revueltas entre amables palabras, frases maravillosas y aplausos al oponente. Entonces y justo entonces, seré una desordenada nocturna un tanto grosera.

Decía Santa Teresa que quiere Dios en su grandeza que entienda el alma que vive en oración, que está tan cerca de Él que no necesita mensajeros, sino hablarle directamente y no a voces, porque está tan cerca que, en meneando los labios, la entiende.

Pero santas aparte y si en lugar de Dios se trata de los mortales, es difícil que solo «en meneando los labios» se enteren de nada. Así que, como no se trata de rezar ni de acercar el alma a nadie sino todo lo contrario, un poco de grosería como que no viene  mal, y en meneando los labios, todas las palabrotas que conozco salen por ellos dejando claro que una tiene límites  y que simplemente los marca, de manera nocturna y desordenada, con o sin que ello suponga ser más o menos inteligente pero por supuesto, en ningún caso, gilipollas.

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