Las arterias 

En el lavadero cojo un cigarro y lo enciendo, no sin sentirme algo turbada al leer el mensaje claro, intimidatorio y aterrador del paquete que avisa:»Fumar obstruye las arterias». Agarro mi copa de excelente somontano porque al maravilloso sabor se añaden admirables beneficios para la salud, como su alto contenido en  polifenoles que previenen enfermedades cardiovasculares. Además regula la tensión arterial, es bueno para la diabetes, reduce el riesgo de alzheimer  y lo que es mejor aún, disminuye el efecto del cigarrillo.

Me siento más tranquila entonces, enciendo un segundo cigarro y doy otro sorbo a la copa para compensar.

No hace mucho que he ingerido una coca cola, eso sí, light. Y medio mundo me amonesta por la cantidad de perjuicios que apareja, entre otros, me dicen, que hace polvo los huesos. Pero, excelente noticia: leo en internet que si eres mujer lo que hay que beber para evitar la osteoporosis no es leche de vaca, que ahora resulta que es mala, sino una buena cerveza, de manera que meto algunas Budweisser en el congelador, porque lo que es la coca cola no hay quien me la quite.

Y así, con el pollo en el horno voy alternando coca cola, vino, cerveza y un buen cigarro, porque llegado el momento ya no sé por dónde irán mis arterias. Deben andar en una lucha perenne, ya se estrechan ya se ensanchan… Y el pollo cada vez huele mejor en el horno. Dicen que ahora los pollos no son como los de antes, que llegan a tu mesa plagados de hormonas los pobres… por eso intento compensar comprándolo de corral. Carne limpia , sana… pero cometo la imprudencia de acompañarlo con patatas… Mal rollo ese. Eso sí,  lo he rellenado entre otras cosas de manzana, que de todos son conocidas sus propiedades para la salud, y de arándanos, que cuidan la vejiga urinaria previniendo infecciones. Lo malo es que estos arándanos míos están deshidratados y eso sube la concentración de glucosa hasta  limites insospechados y, para empeorar el tema, algo de bacon he puesto en el relleno. Se me ha acabado el coñac y en su lugar añado cava, que también es vino y por tanto, bueno.

Así que pongo la mesa y espero que se haga el ave de corral. Mi copa de vino vuelve a estar vacía, pienso en mis huesos y cojo una cerveza, pero aún no está muy fría, así que vuelvo a dejarla en el congelador y enciendo otro cigarro. El aviso de las arterias me acojona y no me queda otra que rellenar la copa de vino.

Ojalá no tarde mucho en cocinarse el pollo porque yo ya no sé ni qué hora es y aún me queda tomarme la cerveza para que, dada mi edad, no me rompa la cadera al dar un traspiés  debido al exceso de vino.

Y es que la vida es muy complicada. Nos empeñamos en morir lo más sanos posible: con las arterias limpias, la tensión perfecta, los hueso duros como el diamante y la mente clara… Eso es lo más difícil; tanta información en la red nos trae de cabeza y ya no sabemos lo que es bueno ni lo que no lo es. Cuando no existía internet disfrutábamos de una buena comida, una botella de vino y un buen puro de postre. Pero no perdamos la perspectiva, ante todo actitud positiva, eso es lo más importante. Quizás sería mejor dejar de fumar pero no arreglaría nada porque la copa de vino habría que seguir tomándola, y la Cerveza también…

Ya en ayunas me tomé el colágeno con hialurónico, que se supone mejora las contracturas musculares. No quiero ni pensar cómo estaría si no lo tomara… Eso sí, lo mezclo con un poco de leche con cola cao y eso lo jode todo, por lo visto, porque estoy como el Jorobado de Notre Dame, que no sé qué hacer para que algo no me duela. Doy otro trago.

Mañana es lunes, pienso que será mejor día para dejar de fumar o, si no, siempre nos queda el Año Nuevo con su interesante lista de propósitos, si las arterias aguantan, claro está.

La sincronía de los elementos 

Un día la lavadora, aún antes de finalizar su programa, empieza a pitar con desesperación. Acudes mosqueada, le pulsas los botones sin ton ni son, puesto que, yo al menos, solo he aprendido el manejo y no su ingeniería, oculta a mis neuronas. Pulsas y pulsas pero no responde. Contemplas el tambor y ves toda esa ropa empapada de agua y jabón. En esos momentos imaginas escenas que no has vivido de mujeres lavando ropa en el río y, asustada, das un pequeño golpe en susodicho electrodoméstico, como si de una varita mágica se tratara,  con la descabellada idea de que se arregle. No hay tu tía… Cabreada golpeas dos veces y, por alguna maravilla de la casuística, la lavadora empieza a moverse. Suspiras de alivio y vuelves al sofá pero a los cinco minutos la máquina traidora vuelve a joderse. Definitivamente está más acababa que la Falange, quieres recordar cuándo  la compraste y piensas cuánto  costará una nueva… No crees que sean más de cinco años pero de repente recuerdas tu edad verdadera, no la que quisieras tener, y te percatas de que la lavadora va ya por doce…

Resignada decides comprar otra. Sacas la ropa, llenas el lavadero de agua, te mojas los pies y pones todo pringado.

Y solo cuando acabas de fregarlo todo y enjuagar esa ropa en diversos barreños de colores desgastados, es cuando vuelves a la cocina y la ves inundada de agua. Y esto? te preguntas con taquicardia. Porque lo que quieres es descansar de una agotadora jornada sonriendo a diestro y siniestro para vender algo que no sea tu cuerpo serrano…

 Como el viajero que busca el nacimiento de un río, sigues  el curso del agua que te conduce  hasta el lavavajillas. Una luz encendida avisa de que algo le ocurre, pero a saber qué es . Buscas las instrucciones, pasas páginas hasta encontrar un idioma inteligible y cuando lo hallas, lees con atención pero no entiendes nada. También está estropeado.

A todo esto se une que acabas de cambiar de coche y junto a la hipoteca te llega cada mes esa famosa «letra «. Dicen que la letra con sangre entra. Esto es aplicable no sólo a la lectoescritura sino también al pago de los plazos del coche nuevo.

Exhausta, acudes a un centro comercial. Los platos bien pueden fregarse, pero …y las sábanas y resto de ajuar textil? Eso es peor…

Optas por comprar la lavadora, pagar la hipoteca y la letra del coche. Atraviesas la planta de complementos  y echas un vistazo: nueva temporada, bolsos maravillosos se meten por tus pupilas sangrientas de tanto querer ver los precios sin ponerte las gafas… Y comprendes que este año no toca renovar el armario.

Suena el móvil, lo sacas del bolso viejo, emocionada por si es alguien a quien merezca la pena oír, pero el sinvergüenza se te escurre de las manos y cae al suelo haciéndose  añicos el cristal. Te acuerdas de Newton y su famosa ley de la gravitación universal. El teléfono ha sido atraído por la gravedad de la Tierra y te sienta como una patada en la boca. Coges el móvil, pruebas a llamar, parece que funciona, pruebas el whatsaap, no va ni de coña y por supuesto , el Facebook tampoco, algo del todo insoportable.

Un cristal cuesta una pasta. Coche, lavadora, lavavajillas y móvil… Qué será lo siguiente? Porque está claro que existe en este mundo una sincronía de los elementos, una especie de burla del Universo por la que todos los electrodomésticos y demás artículos de uso cotidiano se ponen de acuerdo, supongo que conectados por alguna extraña fuerza telúrica, y se escachifollan a la vez, de manera que el producto de sus masas dividido por la ley de la gravedad o sabe Dios qué fórmula mágica, nos da un resultado claro: te han jodido, pero bien … Y piensas … El cristal del móvil ??? Tal vez un chino….

Y es que el que no se conforma es porque no quiere …

Un hambre morrocotuda

El fin de semana me  despierto tan temprano como si fuera un desagradable lunes porque mi estómago, tan vacío de la frugal ensalada de la noche anterior, me tira al suelo, me coloca las chanclas y me lanza despavorida en busca de alimento. Me apetecería comer una maravillosa tostada de mantequilla, incluso pecar con mermelada… Sin embargo agarro un kiwi, lo parto por la mitad y me lo zampo en dos cucharadas… Salgo al café de la esquina, sigo con hambre… Pido mi descafeinado, que cuida mi tensión arterial, con leche desnatada, que regula mi colesterol, y sacarina que mantiene los niveles de glucosa en sangre. Eso sí, me lío la manta a la cabeza y mordisqueo media tostada integral con unas deliciosas gotitas de aceite de oliva y tomate recién rallado. Vuelvo a casa y entretengo mi estómago limpiando, nadando, leyendo y escribiendo hasta que, harta de pasar hambre, me como una suculenta manzana verde, cuyas beneficiosas propiedades son por todos conocidas,  y espero, agradecida, hasta la hora de comer. Pareciera que el tiempo se hubiera detenido, que el reloj se hubiese parado para siempre… Tumbada en la piscina oigo rugidos como de un león en la sabana africana y miro desesperada a izquierda y derecha a ver si, alguien más, lo ha escuchado… Es mi estómago que me avisa de nuevo… Pienso con largueza en la exquista comida que voy a llevarme a la boca. Miro mis piernas, algo más coloradas después de dos meses entre playas y piscinas, pero que siguen sin alcanzar la categoría de «morenas» a pesar de la cantidad de caroteno disfrazado de hortalizas que me trago a diario.

Feliz como una perdiz me preparo un pescado a la plancha, con sentimiento de culpa ya que hoy no es azul, y unos soberbios espárragos verdes con un chorrito de aceite. Y… nada de postre, porque es de todos sabido que la fruta se ha de comer entre horas.

El dolor de la ciática me lleva a colocarme la manta eléctrica en las lumbares, a pesar de los 38 grados que soplan fuera que me obligan a tener puesto todo el día el aire acondicionado provocando que dicha  ciática se haya fijado en mi cuerpo y no me abandone en un mes. Eso me jode y preocupa porque no puedo hacer deporte que me mantenga en forma con el consiguiente riesgo de engorde.

Pensando en seguir con mi lectura me quedo muerta en el sofá. A las tres horas me despierto creyendo que he fallecido  y estoy en el infierno, pecadora de mí, porque algo me quema y, obnubilada, no caigo en lo que puede ser. Siento una deshidratación profunda y busco agua sobre la mesa; al no encontrarla, agarro lo primero que pillo: un vaso de coca cola light caliente que, caprichosa de mí, había dejado a medio beber antes de comer. El asco me devuelve a esta vida y me percato de la manta eléctrica que, sin miramientos, apago y tiro al suelo lo más lejos de mí que mi brazo, aún somnoliento, alcanza.

Y digo muy seria: tengo hambre.

Harta de sufrir, pienso en merendar. Me comería un apetitoso sándwich con el queso bien fundido, sin embargo cojo un melocotón, con el coraje que me da pelarlo… Me lo como rauda como el viento y afirmo: qué bueno está!!! Porque si lo comparo con la manzana verde, tan ácida ella, el melocotón es gloria bendita.

Y así hasta la cena, que volverá a ser una estupenda ensalada, que, cuando estoy ya cabreada, aderezo más de la cuenta e incluso le añado unos arándanos secos, que tienen calorías para parar un tren… Y a veces hasta remato con un yogur natural desnatado, eso sí, de los llamados  «bio», que no sé qué  tienen de diferente pero sospecho que debe ser su regusto agrio y soso que me sabe a «despeinado».

Así que cuando llega mi hora, mi cuerpo se pelea entre el sueño, la ciática y un hambre morrocotuda que me vuelve loca… Pero soy fuerte y me acuesto con el rugido del león en mis entrañas, no sin antes mirarme al espejo y comprobar, para mi desgracia, que no he adelgazado ni un gramo… Eso sí, quiero pensar que este verano he sido afortunada y tampoco he engordado.

C’est la vie… Un eterno pasar hambre, tanto que, parafraseando a la Santa que lleva mi nombre, vivo sin vivir en mí…y tan alta comida espero que muero porque no muero … 

Un “tupper” en el congelador 

Las redes sociales están plenas de noticias de diversa índole: actualidad, artículos interesantes, científicos, culturales, avances en medicina, estrenos de películas… También podemos encontrar música, fotos de amigos o de desconocidos haciendo cosas que no esperaríamos nunca de nadie, como bajarse los pantalones y enseñar los traseros. A menudo tropiezas con test que te dan resultados asombrosos pero no por ello exactos, ni siquiera fiables, sobre la cantidad de veces que te has reencarnado en este mundo, páginas de citas con fotos de hombres o mujeres cuasi perfectos que, aunque parezca mentira, andan a la caza de amor y sexo, no entiendo cómo siendo tan guapos no encuentran a su media naranja en el bar de la esquina… Vídeos sobre pobres perros abandonados o mensajes budistas que pretenden en diez frases hacerte alcanzar el nirvana o al menos una felicidad utópica e irrisoria cuando al mismo tiempo no te toca la lotería… Los hay más sofisticados, afectados, sensiblones o burdos …Eso sí, suelen tener en común su mala ortografía. En fin, un paseo por Facebook y adquieres una visión de la naturaleza humana fuente de inspiración para cualquier novela… Pero hoy ha sido el remate, me he encontrado con un post, una foto que dice : «Sabéis esas veces que veis en la nevera un tupper de helado y al abrirlo son lentejas con chorizo ? Pues con algunas personas, igual «. Me ha hecho sonreír de tan cierto como clarividente, casi una profecía… y rápidamente, con la agilidad que me caracteriza, he empezado a acordarme de aquellas personas que, creyéndolas delicioso helado de chocolate negro, me resultaron lentejas con chorizo… Y no son pocas… No digo yo que no sea un alimento completo, pero sí del todo inesperado. Están, como digo, las lentejas con chorizo, pero rápidamente identifico  algunos que se asemejan más a callos con garbanzos, otros a judías con morcilla y aquellas amigas beatas que te sueltan la letanía… esas son más como un potaje de Cuaresma… Adiós al delicioso helado que esperabas encontrar bajo su envoltura!

La cara de boba que se te queda cuando agarras una cuchara, te tiras al tupper de cabeza, lo llevas al sofá, te relames del gusto, tus papilas gustativas se emocionan y empiezas a segregar saliva, sientes el sabor del chocolate amargo, abres el tupper, hincas la cuchara y zás !!! Lentejas con chorizo… Y encima congeladas… 

Y es que es necesario profundizar más, pasar del envoltorio. La verdadera esencia hay que buscarla más allá, en el interior de ese invento maravilloso que ha revolucionado el mundo. Los hay de todas las formas y medidas, los puedes comprar en grandes almacenes, en chinos y demás coloniales, hay verdaderas ofertas en tele tienda… Un objeto que parece sencillo, útil y susceptible de meter en el microondas. Y con esa manía nuestra de guardar lo que sobra para «por si «, a menudo se nos presenta como la más burlesca de las sorpresas: el tupper.

Muy bueno el post, genial y harto valioso porque ahora mismo el congelador de mi cerebro ya tiene ordenado y etiquetado, para no confundirme más, a todo tipo de potaje conocido. Pero el destino es cruel y cualquier día vuelvo al congelador, me dejo seducir de nuevo por la apariencia, agarro otro y me encuentro que tampoco tengo helado…